jueves, 19 de julio de 2012

Distopiezas (5): Eran dos tipos requetefinos


Cuando el individuo inmerso en un contexto distópico que amenaza con provocar la desintegración de su identidad personal decide realizar un intento de autoanálisis y examinar objetivamente qué es lo que lo cosntituye como persona, probablemente se topará con importantes barreras emocionales e intelectuales fomentadas por una sociedad en la que las manos ejecutantes consideran como algo perjudicial tal tipo de ejercicios de introspección.

Es por ello que subconscientemente el individuo (inmerso en un contexto distópico) puede llegar a representar su búsqueda del Yo a través de metáforas (que se pueden manifestar ante él de manera onírica, por ejemplo, o quizás tomando forma entre la información que se le suministra, "contaminándola"). En el caso que nos ocupa, las instancias del Ello y el Superyó aparecen representadas a través de caricatos saltimbanquis, que mediante el lenguaje circense dan rienda suelta a los temores, necesidades e impulsos que afloran desde las profundidades abisales de la psique del individuo (inmerso en un contexto distópico, como quizá hemos dicho ya anteriormente).




Así pues, el Ello se convierte en una especie de juglar chocarrero. Movido por las pulsiones primitivas, da rienda suelta a sus impulsos ilógicos haciendo malabarismos con bombas, representando a su vez la eterna lucha entre las pulsiones de muerte (la propensión hacia la agresividad y la destrucción que conduce al personaje a un destino explosivo, literalmente) y las pulsiones de vida (la tendencia natural a satisfacer el hambre y la líbido, lo que nos hace pensar, ¿qué extrañas y retorcidas metáforas se esconden a su vez en el atuendo de nuestro chufletero bufón?). Cabe indicar también que según Freud la conquista del Ello pasaba por la asociación libre dentro del psicoanálisis, y precisamente es la asociación libre lo que ha hecho que el individuo (inmerso en un contexto distópico, no lo olvidemos) vea representados los elementos que constituyen su propio ser mediante extraños albardanes de feria.





La clásica figura del payaso triste hace referencia, en cambio, a la instancia del Superyó. Elemento enjuiciador de los aspectos morales y éticos aprendidos en la sociedad, en el Superyó se aprecian dos subsistemas: la conciencia moral y el ideal del yo, aquí traducidos al lenguaje visual de la farándula. Los conceptos de crítica y el reproche que vienen aparejados a la conciencia moral se pueden obsrevar tanto en el previsible papel de payaso serio que desempeña el personaje (intentando controlar las travesuras de su compañero) como en el semblante frustrado y de continua preocupación del que hace gala (acentuado por la perpetua lágrima pintada en la cara). Y si el rostro es la autoevaluación, los ropajes son la representación en fibra sintética del ideal de yo: una imagen del propio sujeto idealizada (que se constituiría de conductas a las que ha sido dado el visto bueno y han sido debidamente recompensadas), concretamente un modelo al que el sujeto intenta adecuarse, tal como ha sido definido el concepto. Y ciertamente, el triste feriante dista mucho de adecuarse al modelo idealizado que evocan sus ropas, creándose un grotesco contraste entre el proverbial hábito y el monje al que éste no hace.
No olvidemos tampoco la asociación que varios expertos han observado entre el surgimiento del Superyó y la castración (y su estrecha relación con el complejo de Edipo). El observador retorcido podría ver en el aspecto de este feriante matices que sugerirían la pérdida de poder a la que el complejo mencionado hace referencia, pero eso ya son aguas pantanosas y lejanas en las que preferimos no embarcarnos en este sucinto analísis.



O sea, que muy loco, el individuo (inmerso en un contexto distópico).



2 comentarios:

  1. Pareceume moi interesante, vexo que o traballo che daba para seguir ampliandoo mais

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  2. Esta vez no podía evitar explayarme un poco¡Los dibujos de payasos tristes son la forma de arte más elevada que conoce el hombre!

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